viernes, 5 de agosto de 2016

El Perro, de donde proviene




Durante las últimas 3 décadas se ha producido un gran auge de la Cinofilia, tanto desde el punto de vista afectivo, por lo que se refiere a las relaciones entre el perro y el hombre, como desde el económico, por lo que respecta a la cría de perros de raza.

La imagen del perro se ha hecho un hueco en los medios de comunicación, incluso existen películas donde un can es el protagonista. Sin embargo, a pesar de esta familiaridad, no debe pensarse que cuidar un perro es algo sencillo. Lo único «fácil», o que puede darse por sentado, es nuestro deseo de cuidarlo. De hecho, su adquisición debe llevarse a cabo con tanto cuidado como el que dedicaríamos a la compra de una vivienda. A diferencia de tiempos pasados, en los que sólo unas pocas razas eran accesibles al gran público, hoy en día la variedad es tal, que quien no posea una cierta idea de lo que desea, tendrá no pocas dificultades a la hora de escoger.

Esta guía abre las puertas a quien se aproxima por primera vez al mundo de las razas caninas, así como a todas aquellas personas que poseen algunas nociones y desean aprender más.

Los primeros restos fósiles de cánidos hallados en asentamientos humanos, se remontan a unos 12.000 años. Durante mucho tiempo se ha supuesto que se trataba de perros domésticos, aunque también se ha planteado la hipótesis de que pertenecieron a cánidos salvajes que se aproximaban a los poblados para robar restos de comida y que, en alguna ocasión, eran capturados.

En la actualidad se estima que la domesticación del perro debió iniciarse hace unos 10.000 años, una cifra nada desdeñable por lo que respecta a la historia humana y canina, sobre todo si se tiene en cuenta que esa relación ha perdurado a través de glaciaciones, terremotos, guerras y carestías. Ninguna empresa habría durado tanto tiempo de no haber sido provechosa para ambas partes.

Presumiblemente, el primer perro domesticado fue un cachorro, ya que los cánidos de aquellos tiempos eran lobos de gran envergadura y ferocidad, que hacían imposible toda tentativa de captura para obtener su colaboración. Quienes hubiesen intentado llevar a cabo un descabellado plan, habrían perecido entre sus fauces.

Es muy probable que este cánido, además de cachorro, debiera ser huérfano, ya que ninguna madre habría dejado que se lo sustrajeran sin haber  presentado batalla. Además, tuvo que ser bastante joven, de alrededor de un mes de vida, pues de haber sido mayor, no hubiese sobrevivido.  La idea más lógica es que los primeros hombres lo capturasen para cebarlo, con la esperanza de que no escapara y de que creciera lo suficiente como para alimentar a tres o cuatro personas. Naturalmente el cachorro creció, pero el hombre, en lugar de una cena, se encontró con un amigo al que no podría abandonar. ¿Por qué?, porque «le era útil», y más si se tiene en cuenta que un perro (o un lobo) de cuatro o cinco meses, no «sirve» prácticamente para nada, excepto para ensuciar y roer todo lo que encuentra. Podemos admitir que el hombre primitivo no concediera demasiada importancia al brillo del suelo, pero todos sabemos que un perro joven destaca más por su capacidad de ocasionar desperfectos que de mostrarse útil, especialmente si nadie lo educa ni lo adiestra, y es del todo improbable que existiese un campo de adiestramiento cerca de la casa, ¡preparado para el primer perro de la historia! Entonces, ¿por qué no se comieron al cachorro? Habría podido empezar a ser útil a los 8 o 9 meses, aunque no existía motivo aparente para permitirle crecer tanto. Primitivos o no, los hombres con toda seguridad habían saboreado carne de animales jóvenes y adultos, y cuesta creer que no hubieran descubierto que la carne joven es más tierna. Si en un primer momento era demasiado pequeño, un perro de cuatro meses ya tenía las dimensiones suficientes para saciar el hambre de unos cuantos.

El perro no terminó sus días en la mesa porque alguien de la familia debió oponerse rotundamente. Y es dudoso que se tratase de un cazador o cabeza de familia, que pasaba poco tiempo en casa y no tenía tiempo para sentimentalismos; es mucho más probable que fuera una mujer, quizás a instancias de un niño, que no podía soportar la idea de comerse a su mejor amigo.


Sea como fuere, el cachorro no acabó en la olla porque alguien lo quería, ésta es la única deducción lógica que se puede hacer.  Las explicaciones utilitaristas solamente puede inventarlas quien nunca ha tenido un cachorro de cuatro meses correteando por la casa. Salvado por cariño, el primer perro doméstico creció hasta convertirse en un animal verdaderamente útil, acompañando al dueño en sus cacerías y mostrando los dientes al intruso que se asomaba por la puerta de la cabaña, o quizá ambas cosas a la vez.

Así se inició la historia de un dúo, hasta nuestros días indisoluble. Y comenzó más o menos al mismo tiempo en diferentes puntos del planeta, tal como demuestran los hallazgos prehistóricos europeos, asiáticos y americanos. En adelante, la evolución humana no siguió el mismo paso en todos los lugares. Algunas civilizaciones progresaban rápidamente, mientras que otras se mantuvieron por mucho tiempo en un estado primitivo, e incluso hubo quienes desaparecieron, subyugadas o aniquiladas por las guerras que, por desgracia, acompañan al hombre desde sus orígenes más remotos. Hoy en día existen culturas que apenas han salido del estadio primitivo. Es discutible si vivimos mejor nosotros con los ordenadores y la televisión, o los pueblos menos «civilizados», pero nosotros, sin duda, gracias a nuestros medios y a la tecnología, podemos estudiar otras culturas y conocer cómo se comportan. Esto ha permitido al hombre descubrir algunos poblados, perdidos en las montañas peruanas, donde no existen los ordenadores ni llega la televisión, y que todavía conservan la costumbre de que las mujeres de la tribu amamanten a los cachorros de perro huérfanos, hecho que manifiesta un respeto y una consideración con el animal, mucho mayor que la que probablemente poseen los más encendidos «amigos de los animales» de la parte «civilizada» del mundo.  Y es, además, una conducta que nos ayuda a comprender que la relación entre el perro y el hombre, nunca ha sido una unión exclusivamente por intereses, y que no ha nacido como una relación de dar-recibir, ya que un cachorro de pocos meses, no tiene nada que ofrecer, aparte de su alegría, sus ganas de vivir y su infinita ternura.

Entre el hombre y el perro ha habido y sigue habiendo una gran amistad. Y como tal debe ser considerada la relación que mantienen, por delante de valoraciones de carácter utilitario, si realmente queremos llegar a entender al perro y conocer algo más acerca de nosotros mismos.

El perro, descendiente del lobo, se considera actualmente una realidad bien distinta: mientras que el lobo "es malvado", el perro es bueno; el lobo se come las ovejas, y el perro las defiende. Sin embargo, siguen existiendo grandes parecidos entre una y otra especie: el setter  y el lobo son ambos animales sociales, con una organización de la manada idéntica; el carlino  y el lobo, mueven la cola de la misma manera; el dogo  y el lobo gruñen, aúllan y gritan «cai-cai» cuando notan dolor... Y lo más importante, si un setter y una loba se encuentran y se gustan, nace una camada. Si se encuentran un caballo y una cebra (que tienen muchas similitudes), apenas se prestan atención.

Las dos especies (perros y lobos) son interfecundas, y según la ciencia, esto sólo puede significar una cosa: no son dos especies, sino que siguen siendo una única especie, la misma.

El hombre, y en parte las condiciones climáticas y ambientales, han modificado enormemente las características físicas y los hábitos comportamentales de algunos canes, pero nunca ha llegado a cambiar su íntima manera de ser. El perro todavía es lobo, razona como un lobo, y posee los mismos instintos que el lobo; de hecho, si pudiera, seguiría comiendo ovejas muy gustosamente, y si no lo hace, es únicamente por complacer al dueño, no porque le resulte más atractivo o simpático que sus congéneres, sino porque el perro está convencido de que vive en una manada, y no hace más que obedecer al hombre, que cree que es quien manda.

La explicación de este mecanismo mental, debe buscarse en el primer lobezno que vivió en una cabaña primitiva; si hemos concluido que debió ser muy joven, de un mes de edad aproximadamente, entonces se encontraba en plena fase de imprinting…

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